4 de agosto 2020
Sandra Arcos Reyes Periodista ,madre de dos, hija, hermana, en constante des-aprendizaje. Hace casi 19 años di a luz por primera vez. “Es una niña, dijo el médico”. En 2005, por segunda vez, y el médico dijo: “Ya tiene la pareja: dos niñas, si tuviera un niño entonces sería dispareja”.
Qué bien, decía yo, dos niñas para criarlas como mujeres independientes, fuertes, valientes, pero con una crianza tradicional, aunque menos machista, comparada con la que yo viví. Casi 16 años después de la primera vez que fui madre, sucedió algo que cimbró mi existencia en ese momento, y cambio mi relación con el mundo: me convertí en madre de Alejandro, o Alex, como prefiere ser llamado.
¡Vaya! Dirán algunos, tres hijos ya es demasiado, y en esta época. Además, tantos años después, es como volver a empezar con biberones, desveladas, pañales, llantos sin descifrar.
Y aunque efectivamente fue un nuevo comienzo, no tuve que revivir los primeros años de mis crías. Ahora era mamá de un chico de 16 años que siempre había estado conmigo, a quien cargue en mi vientre, amamanté, enseñe a caminar, le leí cuentos, abracé, pero a quien siempre le había llamado hija. ¿Pero cómo, cuándo, dónde, por qué, de qué estás hablando? No es sencillo de comprender cuando, como yo, has vivido de una forma tradicional, con un pensamiento que, si bien no era bizantino, tampoco se caracterizaba por entender ni vivir la diversidad. Un pensamiento seguido por actitudes del tipo: “cada quien puede amar a quien quiera, pero mientras no se metan conmigo, yo no me meto con ellos”; o este otro: “sé que hombres que se visten de mujeres y son travestis o mujeres trans” o éste: “pero ellos están allá, no están aquí conmigo”.
Cuando repaso mi forma de pensar de hace no mucho tiempo, 5 años tal vez, me avergüenza mucho descubrirme así; pero también al repasar estos últimos tres años, percibo que algo hay en mí que me permitió ver más allá del amor que tengo por mis hijo e hija.
Era agosto de 2017, año inolvidable por el terremoto del otro 19 de septiembre. Y en agosto inició mi sacudida como mujer, madre, persona, hija cuando la curiosidad me llevó a leer el diario de mi primogénita.
Las discusiones entre nosotros eran muy frecuentes, y tanto “ella” como yo teníamos en la escritura un escape natural; así que me atreví a profanar el diario, y leer lo que había escrito: “no sé cómo decirle a mi mamá que NO soy una chica, que SOY un chico. Tal vez sea mejor esperar a tener 18 años e irme de la casa y vivir como lo que soy, un chico”.
Leí y releí esa frase sin comprender claramente lo que decía, pero me sirvió para acercarme y
preguntarle qué significaba eso y “ella “solo dijo: mamá, soy un chico trans, no me identifico como mujer y quiero ser tratado como chico”. Mi reacción: empezar a llorar como solo la ignorancia de lo que estaba viviendo me permitía. No tenía idea de lo que estaba pasando. ¿Qué significa ser un chico trans? ¿Cuánto va a durar esta etapa? ¿Quiénes influenciaron a mi hija? ¿Existen los hombres trans? ¿acaso no eran solo mujeres trans? ¿qué hacen los hombres trans, dónde están? ¿qué tengo que hacer? ¿a quién me acercó? ¿hay otras mamás en mi situación?
Esas fueron algunas preguntas, después llegaron más, y la familia ¿qué van a decir sus abuelos, tíos, tías, primos? ¿lo rechazarán, seguirán queriéndole? ¿acaso fui una mamá ausente? ¿no le dediqué suficiente atención y tiempo?
En un intento desesperado por no sentirme sola en esto, llamé a mi esposo y le conté, su respuesta fue: lo que importa es que sea feliz. Ese comentario me pareció justo y necesario en ese momento, pero sólo en ese momento, porque tiempo después dije: ¿quién soy yo para determinar qué hace feliz a mi hijo? Pero ese es tema de otra ocasión. Luego de esa llamada, pensé en tres amigas psicólogas, que seguramente tendrían una explicación para esto. Debo aclarar que las llamadas eran en medio de llanto, tristeza, angustia y pesar, inexplicable pero ahí estaba. La primera amiga, Luisa dijo: tranquila, respira, concéntrate y vamos a vernos para que me cuentes con calma. Le dije que sí, pero inmediatamente llamé a la segunda, Argelia, quien me dijo: “¿y tienes problemas con eso? Quería decir que no, pero sí tenía problemas con eso. La tercera, Marisol, por fin dijo lo que yo deseaba escuchar: “relájate, tal vez es solo una etapa, todas las chamacas andan así, con el rollo de los andróginos y los mangas japoneses”.
Por supuesto, eso debe ser, ¿cómo no se me ocurrió antes? Todo esto pasó en un mismo día, no pasaron semanas, ni meses. Quería resolver, lo que tuviera que resolver lo más pronto posible, antes de que se acabaran mis vacaciones, porque además era mi primer periodo de vacaciones y lo único que deseaba era que nada cambiara. Ilusa, no sólo hubo impacto en mis vacaciones, hubo una sacudida de la zona de confort en la que vivía, una sacudida que nunca hubiera imaginado. El siguiente paso, preguntar al sabelotodo “google” qué onda con los hombres trans. El buscador arrojó resultados de EU, Colombia, España y otros, menos de México; todos los sitios referidos eran de carácter médico; las palabras reasignación sexual, genitales y hormonas aparecían todo el tiempo y no había nada que me hiciera sentir menos sola.
En esa búsqueda encontré una página de especialistas en sexología de la UNAM y otras universidades de prestigio, así que hice cita con quien tuviera disponibilidad inmediata y al día siguiente ya estábamos con ella en su consultorio.
Mientras todo esto pasaba, mi hijo casi no hablaba, solo me veía llorar. Yo lo miraba y repasaba como había cambiado aspectos de su físico, que eran señales, pero que yo veía como actos re rebeldía: quitarse aretes, cortar su largo cabello, usar solo pantalones y largas y anchas playeras, sudaderas todo el tiempo, nada de maquillaje. En fin, signos que, en ese momento, fueron la válvula de escape para él.
Cuando planteó el “problema” con la sexóloga, otra vez entre lágrimas, ella le pregunta a mi hijo: ¿cómo quiere ser llamado durante esa sesión? Alejandro, responde él. Y ella empezó a hablar con Alejandro. Me quedé en shock, porque en algún momento, reconozco que pasó por mi cabeza lo siguiente: “pues que no se supone que usted le va a decir que es una etapa y le va a quitar lo que dice que tiene”.
Ahora me arrepiento de haber intentado llevar a mi hijo a que alguien lo “curara”. Lo único que buscaba era entender y que todo volviera a ser como antes.
Como la respuesta de la especialista no me convenció, empecé a buscar a otros expertos y expertas en el tema trans, pero no fue sencillo. Además, habría que regresar a trabajar y Alex empezaba a decir que quería ropa interior de hombre. Esa demanda fue creciendo, hasta que un día le grité: “Ya no más, no la voy a comprar hasta que hable con alguien más”.
En ese tiempo salía de viaje constantemente por mi trabajo y en uno de esos viajes, le conté mi situación a un amigo que me recomendó escribirle a la Dra Siobanh Guerrero, una filósofa trans que trabaja en la UNAM; que tal vez ella me podría orientar hacia dónde dirigirme. Hasta ese momento, él era la única persona a quien le conté que tenía un hijo trans.
Sigue en la próxima entrega …
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